04 Ene El retrato y la luz del alma
Observar la luz que rebota de las cosas y representarla en una superficie, muy bien. ¿Pero qué sucede cuando hay algo más que la luz que delimita los contornos y los volúmenes? ¿Qué pasa cuando el electromagnetismo de las cosas que ves te impresiona más allá de sus formas?
Todo vibra, todo irradia una energía que nuestra sensibilidad, como si de una placa fotográfica se tratara, nos afecta en mayor o menor medida. Me interesa especialmente la energía que desprendemos los humanos.
Cubrimos con pudor nuestro cuerpo, ahora nos vemos obligados a cubrir una buena parte de nuestro rostro, pero nuestra energía trasciende más allá de lo que llamamos cuerpo. Pasear por una ciudad y sin emitir juicio ninguno dejarme empapar de la luz y el movimiento de las personas que percibiré apenas tres segundos en mi vida.
Descubrir en los cuerpos y los rostros energías de todo tipo, unas me son indiferentes, pero otras fijan mi atención e intento imaginarlas gráficamente, pero se disipan y aparece otra en un bucle casi infinito. Un escritor si se cruzara con ellas elaboraría un personaje, pero a mí me interesa la gama de colores que desprende. Todavía necesito anclarla, en cierto modo, a las formas del rostro, pero en una espiral a veces muy lenta me voy desprendiendo de algún elemento formal en el retrato.
Me atraen las formas de los rostros, lo que encierran, sin embargo, la luz que irradian y las sombras que proyectan fijan cada vez más mi atención. Colocarme frente a un rostro, hacer sin juicio ninguno una valoración de sus «luces» y sus «sombras» (energéticamente hablando) y como al óleo disolverlas en unas gotas de aceite de linaza y hacer unos trazos en la tela que reflejen la impresión que ha producido en mí, llega casi a ser una obsesión.
Desarrollar ese destilar la luz creo que será un proceso que me llevará toda la vida, el retrato, la utopía de capturar las vibraciones de las almas.
Alfredo Sampietro.