LOS ROSTROS DEL INCONSCIENTE

Los rostros del inconsciente

LOS ROSTROS DEL INCONSCIENTE

Si queréis conocer mi obra un poco más, os invito a leer este post en el que os hablo sobre «los rostros del inconsciente».

Se desliza la espátula sobre el lienzo, sobre otra capa de pintura anterior. Se mezclan o no los colores según la presión ejercida y de repente, sin nada que pueda anticiparlo aparece un rostro. Sin venir a cuento, en cualquier parte de la composición.

 

Me he acostumbrado a verlos aparecer, me gusta que queden integrados en la obra, pero hay veces que no puede ser. ¿Qué son en realidad? Una parte de la ciencia te dirá que es una especie de alteración mental, le ponen hasta nombre, que hace que creas ver caras en cualquier parte, otra te hablará del inconsciente y otros opinan de espíritus etc. Personalmente creo que todos y ninguno tienen razón.  Lo cierto es que se ven, cuando se entrena el ojo y se presta la suficiente atención, se ven.

Con el paso del tiempo, la introspección y el camino por ciertos aspectos del conocimiento antiguo, creo haber aprendido que todo lo que sale de mí estaba antes dentro de mí. Me explico, aunque pinte un rostro, unos objetos o un paisaje, cosas externas, estas han entrado antes en mí. Todo lo que pinto, de una forma u otra ha entrado en mí, me “raspa” por dentro, me limpia en cierto modo y sale impregnando el lienzo desde lo más profundo de mi inconsciente.

Cuando he intentado transformarlas para hacerlas más visibles o mejorarlas el resultado ha sido fallido en la mayoría de los casos. Me limito a dejarlas o pintar sobre ellas y no suelo darles más protagonismo que el de cualquier otro matiz que componga la obra. Lo que sí comprendo es que en mi proceso de trabajo interior para aprender a crear mi propia realidad debo realizar una limpieza y mi forma de hacerlo es a través de la pintura y los restos de lo que me debo desprender quedan impregnados en los colores de mi obra. Son fragmentos de lo que fui, de niño o en otras vidas anteriores, incluso de las memorias del árbol familiar. Lo observo y lo asumo como una liberación, un desapego de todo aquello que carga mi mochila del inconsciente y que me ayuda a ser más ligero, más libre. Por eso, se queden en el cuadro o se borren las bendigo y las agradezco. Pero lo cierto es que tras veinticinco años desde que aparecieron por primera vez, sigo conservando la misma curiosidad y el mismo deleite al mirarlas.

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