Obra

Alfredo Sampietro

Agotados todos los intentos de seguir el rastro de lo que la “sensatez” diseñó para mi, decido parar y mirar por la pequeña rendija de la puerta negando de lo imposible. Me gusta y me aterra lo que veo, pero una fuerza que no se sí me empuja o me arrastra me hace cruzar el umbral.
Como escribió Tolkien: Cuando cruzas la puerta de tu casa y pones un pie en el camino no sabes donde te va a llevar, pero lo que es seguro es que no regresarás siendo el mismo. A medida que me adentro y me desprendo de las costras de las creencias me siento dormido, desorientado. En lo profundo, como hecho con retazos de niebla, hay una mirada que me observa. Mi ego (no confundir con arrogancias, sino que es mi mente concreta) me induce a evitarla.

A medida que me desprendo de lo que traía (apegos, dogmas, creencias limitantes o sea miedos) esa mirada va conformando un ser en el que por fin reconozco la esencia del niño que fue. Me habla con su mirada y me muestra una obra de arte por hacer: mi vida. Yo decidiré el “qué”, el “cómo” y el “cuando”, sólo debo cumplir. No se trata de fe, sino como nombraba Jesús en arameo: “emuná” concepto que se refiere a emanar confianza y no a seguir ciegamente.

Y así mientras mantengo esa vibración de confianza la vida fluye, la pintura se mezcla y entrelaza en una danza en la que cada color, cada matiz es en su diferente vibración el reflejo de una emoción, una idea, un sentimiento.